Nota publicada en la Revista Voces del Partido de San Isidro. Septiembre, 2006.
La villa más popular de San Isidro e incluso del país desaparece. El Plan Federal de Viviendas proveerá casas de material y con todos los servicios conectados, a las familias que residen en La Cava, de acuerdo a las necesidades de cada una de ellas.
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El sol a mitad del día pega mucho más allí que en cualquier otro rincón de San Isidro. De las precarias casas sin sombra, amanecen los chicos con los cabellos despeinados y ropas gastadas. En un rato, algunos vestirán un uniforme impecable para ir al torneo de “Baby Fútbol” que se juega en el campo deportivo municipal. En tanto, los grandes, escuchan cumbia y se animan a pelotear en la calle.
A las mujeres, como en cualquier casa, les toca la limpieza que en estos meses se intensificó por los cambios urbanísticos que se están produciendo en el vecindario: Hay más polvo que el habitual, producto de las demoliciones y, a la vez, de las nuevas construcciones que están modificando el lugar.
Así transcurre un sábado cualquiera en Villa “La Cava”. Probablemente, el asentamiento más reconocido del país, y alrededor del cual se tejen infinidad de mitos así como ocurren los contrastes más acentuados. Entre estos se incluye este pasaje “de villa a barrio” que experimentan las miles de familias radicadas allí desde hace años y que con cierta desconfianza aún, observan cómo se convierte en realidad el “sueño de la casa legal”.
Este sueño imaginado hace algo más de 20 años y que, finalmente, comienza a adquirir una forma real a través del Plan Federal de Viviendas que lleva adelante el Gobierno Nacional junto a la provincia de Buenos Aires y la comuna.
Dentro de este programa que promete la construcción de 15.807 viviendas en todo el país, San Isidro recibirá un total de 3.246, y Villa La Cava, en particular, 1.882, de acuerdo a la información que suministra el Ministerio de Planificación Federal de la Nación.
Para realizar el actual plan de viviendas, el municipio coordinó una mesa de integración. Porque, según señala el licenciado Arturo Flier, secretario de Integración Comunitaria de San Isidro, “el plan va más allá de la preadjudicación de las casas. La integración es mucho más que urbanística, es también social y económica”.
Además, explica que más allá de las viviendas se están haciendo obras de infraestructura que dan la nueva forma a la traza urbana: iluminación, pavimento, cloacas, agua corriente.
Otra dimensión de este mismo proceso es acerca del compromiso que los vecinos asumen con un nuevo “acuerdo de convivencia” que ellos mismos han redactado y se firma al recibir la casa. Dentro de ese convenio, figura la responsabilidad de pagar los impuestos y la cuota social que en el futuro le dará los papeles definitivos de tenencia de su nuevo hogar.
Sobre esto, Flier destaca la honestidad de las familias pero también, la necesidad que tienen de encontrarse dentro de un marco de seguridad jurídica: “piensan, si yo pago por mi casa, nadie podrá venir a sacarme de aquí”.
El mapa interno de “La Cava”
Villa La Cava no existió siempre como tal. Todos allí conocen el inicio de esta historia, un origen que se remonta a la década del ´50 del siglo pasado.
En aquel entonces, el país comenzaba a implementar una fuerte política de desarrollo industrial, y la localidad de Beccar se había transformado en uno de los polos más importantes del conurbano.
Por eso, los obreros que llegaron desde distintas provincias se asentaron en los terrenos de Obras Sanitarias (compañía estatal de aguas) que se usaban para extraer tierra para otras construcciones. En esa gran fosa se ubicaron las familias.
Ya en la década de los 70’s, el proceso de apertura a las importaciones y luego, en los ’90, las privatizaciones, las fábricas se cerraron y los obreros quedaron desempleados. El asentamiento llegó a ocupar una superficie de más de 15.600 m2.
Sin dirección, los habitantes de la villa organizaron su propio mapa interno: Estaban quienes residían en “la Quinta del niño” (por el camino que conducía a una quinta así denominada); los de “la Isla”, donde había existido una laguna y hoy es una depresión cubierta de matorral y rápidamente inundable; “el Pozo”, de dónde se extraía tierra y roca para ladrillos, o bien la “Cava Chica” cruzando la única calle asfaltada que había.
Pero los problemas en todos lados tenían un común denominador: hacinamiento, inundaciones, enfermedades alérgicas, jóvenes y niños expuestos a la delincuencia, a la violencia familiar, al alcohol temprano y a la droga.
Hoy advierten que hay esperanza, y que revierte el camino más oprobioso que un padre puede soportar: el de ver crecer a sus hijos sin un techo, sin un futuro. Hoy la gente de La Cava vuelve a tener esperanzas. Y eso es más que bueno.
A las mujeres, como en cualquier casa, les toca la limpieza que en estos meses se intensificó por los cambios urbanísticos que se están produciendo en el vecindario: Hay más polvo que el habitual, producto de las demoliciones y, a la vez, de las nuevas construcciones que están modificando el lugar.
Así transcurre un sábado cualquiera en Villa “La Cava”. Probablemente, el asentamiento más reconocido del país, y alrededor del cual se tejen infinidad de mitos así como ocurren los contrastes más acentuados. Entre estos se incluye este pasaje “de villa a barrio” que experimentan las miles de familias radicadas allí desde hace años y que con cierta desconfianza aún, observan cómo se convierte en realidad el “sueño de la casa legal”.
Este sueño imaginado hace algo más de 20 años y que, finalmente, comienza a adquirir una forma real a través del Plan Federal de Viviendas que lleva adelante el Gobierno Nacional junto a la provincia de Buenos Aires y la comuna.
Dentro de este programa que promete la construcción de 15.807 viviendas en todo el país, San Isidro recibirá un total de 3.246, y Villa La Cava, en particular, 1.882, de acuerdo a la información que suministra el Ministerio de Planificación Federal de la Nación.
Para realizar el actual plan de viviendas, el municipio coordinó una mesa de integración. Porque, según señala el licenciado Arturo Flier, secretario de Integración Comunitaria de San Isidro, “el plan va más allá de la preadjudicación de las casas. La integración es mucho más que urbanística, es también social y económica”.
Además, explica que más allá de las viviendas se están haciendo obras de infraestructura que dan la nueva forma a la traza urbana: iluminación, pavimento, cloacas, agua corriente.
Otra dimensión de este mismo proceso es acerca del compromiso que los vecinos asumen con un nuevo “acuerdo de convivencia” que ellos mismos han redactado y se firma al recibir la casa. Dentro de ese convenio, figura la responsabilidad de pagar los impuestos y la cuota social que en el futuro le dará los papeles definitivos de tenencia de su nuevo hogar.
Sobre esto, Flier destaca la honestidad de las familias pero también, la necesidad que tienen de encontrarse dentro de un marco de seguridad jurídica: “piensan, si yo pago por mi casa, nadie podrá venir a sacarme de aquí”.
El mapa interno de “La Cava”
Villa La Cava no existió siempre como tal. Todos allí conocen el inicio de esta historia, un origen que se remonta a la década del ´50 del siglo pasado.
En aquel entonces, el país comenzaba a implementar una fuerte política de desarrollo industrial, y la localidad de Beccar se había transformado en uno de los polos más importantes del conurbano.
Por eso, los obreros que llegaron desde distintas provincias se asentaron en los terrenos de Obras Sanitarias (compañía estatal de aguas) que se usaban para extraer tierra para otras construcciones. En esa gran fosa se ubicaron las familias.
Ya en la década de los 70’s, el proceso de apertura a las importaciones y luego, en los ’90, las privatizaciones, las fábricas se cerraron y los obreros quedaron desempleados. El asentamiento llegó a ocupar una superficie de más de 15.600 m2.
Sin dirección, los habitantes de la villa organizaron su propio mapa interno: Estaban quienes residían en “la Quinta del niño” (por el camino que conducía a una quinta así denominada); los de “la Isla”, donde había existido una laguna y hoy es una depresión cubierta de matorral y rápidamente inundable; “el Pozo”, de dónde se extraía tierra y roca para ladrillos, o bien la “Cava Chica” cruzando la única calle asfaltada que había.
Pero los problemas en todos lados tenían un común denominador: hacinamiento, inundaciones, enfermedades alérgicas, jóvenes y niños expuestos a la delincuencia, a la violencia familiar, al alcohol temprano y a la droga.
Hoy advierten que hay esperanza, y que revierte el camino más oprobioso que un padre puede soportar: el de ver crecer a sus hijos sin un techo, sin un futuro. Hoy la gente de La Cava vuelve a tener esperanzas. Y eso es más que bueno.