Nota publicada en Suplemento Norte de Diario L Nación, Sábado 5 de abril de 2008.
El San Fernando cumplió 85 años; metas y logros de una entidad emblemática.
Más de 70 hectáreas - entre el territorio de la isla, el continente más un lago artificial - lo convierten, tal vez, en el club más extenso de Sudamérica.
En sus 85 años de historia, ya se ha perdido la cuenta de la inmensa cantidad de deportistas que preparó y aporta aún para las competencias olímpicas. Incluso el año pasado se realizó un homenaje especial a todas esas glorias donde participaron también miembros del Comité Olímpico Nacional.
Sus socios entrenan en las canchas y gimnasios de lunes a lunes, y cuenta con 14 deportes federados, más muchos otros que no revisten esa categoría. Además de las actividades culturales como danza, coro y teatro entre otras.
Todas estos méritos ubican al Club San Fernando como uno de los más importantes del país. Sin embargo, nada de ello es suficiente para conocer y comprender la dimensión que realmente ha alcanzado esta institución que se transformó en la identidad de toda una región.
Porque al Club San Fernando se lo conoce en el orgullo de sus socios cuando visten la camiseta blanca con franjas azul y verde y se presentan en las ligas nacionales, o en competencias internacionales.
Cuando mencionan los nombres de las “Leonas” que crecieron en las canchas del Club como Vanina Onetto, María Paz Ferrari y Jorgelina Rimoldi y que lograron el primer título en Holanda para un seleccionado Femenino de Hockey sobre Césped en 2001.
O cuando se habla con familiaridad del “El Pollo”, que es nada menos que Santiago Fernández, el remero que ha representado con su hermano Sebastián, al país en distintas categorías marcando incluso records olímpicos. Porque allí lo han visto, desde temprano, contra viento y marea – aplicada esta expresión de modo literal –entrenando sus fuerzas y espíritu con decenas de otros remeros y canotistas del Club.
Sólo así se puede entrar al Club San Fernando, sabiendo que uno ingresa a una gran familia. Donde padres e hijos madrugan cada sábado para cumplir con el horario de la escuelita de rugby o básquet, entre otras.
Conocer al “Sanfer”, como se lo llama en los barrios de la zona norte, es saber que cuando baja la marea, todos encaran la limpieza de la zona ribereña más que como un desastre, como un ritual obligado que les recuerda a todos de donde surgieron.
Porque “nosotros nacimos del barro”, dice Osvaldo Rapagná, su presidente. “El Club era un pajonal. De ese barro se hizo esto. Y esa mentalidad del club, de estar siempre contra la adversidad, persiste”, afirma.
Conmovido. Los 85 años de su Club lo emocionan hasta entrecortarle la voz y humedecerle los ojos. Ni se acuerda cuando llegó por primera vez, en realidad, dice que está allí desde que nació. Así como sus hijos y ahora su nieta, a la que anotó como socia al otro día de nacer. Rapagná dice que el Club es su segunda casa, aunque también acepta el regaño de su esposa que le dice que él, en verdad, lo puso en primer lugar.
Rapagná tiene 56 años y hace 5 preside la entidad. No disimula su orgullo al decir que en 6 meses se anotaron 1000 nuevos socios y, que después de haber pasado la “vergüenza” de haber visto al Club concursado, hoy se pudo recuperar la vida que una mala administración le había quitado: “Es que trataban al socio como cliente. Y este es un lugar de familias”.
Así lo sienten incluso sus empleados que como Alberto Boette se niega a abandonar esos espacios. Había ingresado como vigilador el 1ro de Agosto de 1967, y cuando le tocó el turno de jubilarse en Septiembre de 1993, pidió permiso para seguir yendo. Y hoy a sus 82 años ahí está Alberto saludando a uno y otro, asegurando que está desde temprano en el Club porque es el lugar donde quiere morir.
Y no sería el primero: “En la cancha de rugby tenemos esparcidas 7 cenizas, y en el faro, yo sé de al menos 20”, relata Rapagná de un modo llano la conexión que los socios establecen con esa enorme extensión de tierra y agua que conforma la institución pero que principalmente ha conformado una generación tras otra, dejando un legado de compañerismo y solidaridad más allá del deporte.